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Que se estremezca el Teatro…

Variaciones sobre cómo la pandemia repercutió en trabajadores y trabajadoras de la cultura

-Por Angie Oña-

La pandemia nos obligó y nos obliga a muchas cosas. Algunas espantosas y otras necesarias (incluso provechosas y constructivas, dependiendo de nosotros y nosotras, por supuesto). En primer lugar (arrancando por uno de sus puntos pintorescos) diré que nos empujó al abismo de la reflexión, nos interpeló en todo sentido. Nos atravesó. A trabajadoras y trabajadores de la cultura se nos hizo prácticamente imposible continuar sin revisarnos. ¿En dónde estábamos? ¿Hacia dónde íbamos? ¿Bajo qué reglas estábamos jugando? La reflexión fue, y sigue siendo, necesaria. Por otra parte, reflexionar sobre la cultura es continuar generando cultura, y eso está bueno.

Más allá de esto pido licencia para generar una brecha. Es difícil disertar sobre cómo la pandemia repercutió en los y las actuantes de la cultura en general. El movimiento cultural es muy amplio y variopinto. El término “cultura“ es muy abarcador (y no creo que la pandemia haya afectado del mismo modo a una actriz que a un escritor, por ejemplo). Entonces me gustaría enfocar la respuesta desde el paño en el que me muevo, desde donde sufro y detesto a “la pandemia“: desde el teatro. Aún así es muy difícil responder algo tan delicado, que debe estar atravesado por tantas particularidades según sus escenarios (algunos hasta desconocidos por mi), pero voy a intentarlo, desde mi subjetividad, por supuesto.

PRIMERO

Lo primero que quisiera destacar tiene que ver con la crisis de nuestros cuerpos. Con la angustia que genera la ausencia del encuentro. Fue, ¡es!, muy angustiante la pausa, la quietud. La cuarentena desvaneció nuestra presencia escénica, nos empujó a la angustia de la ausencia. Nuestra impronta fue desaparecida, no pudimos estar presentes. Si hay algo que caracteriza al teatro es ese respirarnos juntas y juntos, aquí y ahora. La imposibilidad de esto se torna desoladora. Si el teatro no nos reúne en vivo, si no nos congrega revelando comunidad, el teatro, entonces, está muerto. Podrán aparecer todos los videos y todos los streamings del mundo, pero nunca será lo mismo. La experiencia a la que nos somete la pantalla nunca se podrá comparar al fenómeno del teatro (también bastardeado en vivo por “la nueva normalidad“, la obligación de los tapabocas, la distancia, y todos sus etcéteras).

SEGUNDO

La cuarentena reveló el abuso, la forma en la que el poder articula y “se encarga“ de “cuidar“ nuestras vidas. En este sentido, hacia el teatro, emanó desprecio. Como teatrera me siento humillada y burlada (sobre todo viviendo en un país donde la amenaza del COVID es irrisoria y las insólitas medidas que se toman evidencian intereses y favoritismos injustos y paupérrimos). Con respecto a esto confieso que me asombró bastante ser testigo de la disciplina que, según mi punto de vista, emanó el sector teatral. No lo voy a negar. La jugada nos reveló desorganizados, desorganizadas y en jaque. Egoístas también y sentí angustia por la incongruencia.

Cierto es que económicamente fue duro. Nuestro arte siempre es una rifa, también es verdad, pero hay gente que depende literalmente de los ingresos de cada día y hubo compañeros y compañeras que tuvieron que remarla mucho. Hay quienes la siguen remando. Hoy se dice que “volvió el teatro“, pero sabemos que no es cierto. Oficialmente volvieron muy pocos espectáculos. Los privilegiados.

ADEMÁS

Pareciera que en los últimos tiempos, casi sin darnos cuenta, hemos inflado a un monstruo teatro-mercancía, teatro-capitalista, exitista y más de lo mismo, que sostiene en su discurso grandes subversiones y generosidades que sus practicantes no somos capaces de aplicar mínimamente en la vida. Es desolador. La triste “única“ realidad posible que nos inyectan (y construimos entre todos hace años) ha normalizado el “espectáculo de la subversión“. El que critica a la realidad cuando la realidad le da permiso. El que funciona como bálsamo u opiáceo, complaciente con nuestros sueños y “delirios de libertad“, pero sin la facultad de alterar mínimamente el orden establecido. Por esos terrenos se estuvo moviendo el teatro mercantilizado. Y era (es) imposible no entrar en esa rosca. Entramos sin darnos cuenta y/o queremos entrar. La cuestión es que a la hora de la crisis humana, ante el estrago capitalista, el arte nos puede salvar la vida con una potencia indescifrable y para nada pesetera.

CARAJO

Sinceramente sentí vergüenza de ciertos comportamientos, ciertos discursos y cierta tendencia victimista de parte de los y las artistas. Preguntas sensibleras, en las redes, del tipo “qué sería del mundo sin el arte“ quizás estén buenas si fuesen formuladas por personas ajenas a la comunidad artística. Sin embargo fueron preguntas hechas por la propia comunidad artística reclamando un reconocimiento que no sabemos qué tanto merecemos, pues lamentablemente hay algo que la pandemia dejó en evidencia: el teatro, de alguna extraña manera, se alejó de la gente, de los barrios, del pueblo.

La pandemia visibilizó, a niveles de obviedad extrema, lo tremendamente insólito e injusto del sistema capitalista, al mismo tiempo que enfatizó la necesidad humana de compromiso generoso por parte del arte. Sin embargo, siento que la pandemia nos reveló miserables, aún sosteniendo el discurso de la unión y la solidaridad, contradictoriamente miserables.

El mundo está hecho mierda, la gente está rota, desvalida, desolada. ¿Realmente queremos que el arte se reserve para quienes pueden pagar? Son cada vez menos las personas que pueden hacerlo, por otra parte…

QUE TIEMBLE

¿Seguiremos dependiendo del gobierno de turno? La pandemia, coincidente con el cambio de gobierno, visibilizó que tenemos muy poca unidad como colectivo y que ciertas comodidades invisibilizaron la potencia del apoyo mutuo y la autogestión.

Me horroriza tener que asumir que dimos por sentada una lógica de cultura teatral exitista, aliada al capitalismo, a la industria cultural, a la propiedad intelectual, los permisos, o no permisos, o “beneficios“ emitidos por el poder y las manipulaciones político partidarias. Pareciera que el acomodamiento a un sistema de funcionamiento económico, conlleva cierta pérdida de dignidad. Es una pena porque el arte, la cultura, siento yo, deberían ser fuentes constantes de dignidad humana. Es injusta la generalización, lo sé, y por ello pido perdón a quienes siguen movilizándose en la resistencia.

Particularmente creo que la pandemia también nos incita, más que nunca, a respirar resistencia. A ofrecer resistencia. Incluso alimentando la idea de futuros movimientos arriesgados e imprescindibles para las verdaderas urgencias sociales. ¿Podrán, podremos algunas y algunos trabajadores de la cultura devenir en movimiento contracultural? ¿No será necesario algo de eso? ¿Estará pasando algo de eso?

Contemplando el panorama social: el teatro debe luchar contra sí mismo, contra sus acomodamientos, contra sus “conquistas“ que lo alejaron del pueblo y contra las trabas disciplinarias que, cada vez más, está teniendo de parte de “las autoridades“.

Entiendo que dentro de la matraca capitalista el arte no debería ser disminuido ni devaluado. Pero también entiendo que urge un teatro revolucionario. Y la revolución no especula ni coquetea con el mercado. Algo tendremos que inventar. Es cada vez más imposible y cada vez más necesario.