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Colombia, estalló el hartazgo

-Por La Senda-

Estalló el hartazgo y salió a protestar la cordura, la razón de no aguantar tanta injusticia. ¡Ya está! ¡El pueblo colombiano dijo basta! Basta de tanta miseria, de tanta injusticia, de tanta inoperancia, de tanta desidia. Basta de seguir poniendo el lomo para que trabajadores y trabajadoras apañen la crisis sanitaria y -más que nada- económica, mientras la opulencia prosigue intacta, o peor aún, engordando sus bolsillos. Y cuando el pueblo dice basta no anda con chiquitas, escupe en la cara de sus patrones gobernantes la violencia de la que día a día es víctima. Entonces trabajadores y trabajadoras, desocupados y desocupadas, pueblos originarios y el campesinado salen a las calles en busca de lo apropiado por la burguesía, irrumpiendo con fuerza. En estos momentos mirar para el costado se convierte en un crimen.

Hace más de una semana que el pueblo colombiano irrumpió en las calles de Bogotá y Cali para oponerse a la reforma tributaria que planteó el gobierno del Uribista Iván Duque, así como también aclamando por la renuncia del ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla. Pero esa gota que derramó el vaso trajo consigo reivindicaciones un tanto más profundas. El fin de semana el gobierno dio marcha atrás con el paquete impositivo, al tiempo que Duque destituyó a Carrasquilla, pero las movilizaciones prosiguieron en todos los departamentos del país y las últimas proclamas en la ciudad de Cali dejaron en claro que se va por dar marcha atrás al paquete de reformas sociales, de la salud, de la educación, a las inversiones transnacionales en el territorio, por que se respete el acuerdo de la Habana y por la caída del presidente Duque. La llamada “Minga Indígena” fue recorriendo ciudad tras ciudad hasta llegar a Cali, epicentro de la resistencia, y el domingo pasado el gobierno se despachó con una criminal represión donde policías, militares y las fuerzas de choque -el detestable ESMAD (Escuadrones Móviles Anti Disturbios)-, dispararon plomo sin discriminación dejando más de 30 muertos, cientos de heridos y cerca de mil personas detenidas.

En medio de estas jornadas de lucha dónde el pueblo está siendo asesinado, sectores internacionales salen a bregar “por la paz”, como si la paz en Colombia se hubiera roto en los últimos días. La paz en Colombia, así como en muchos otros países de nuestra américa, se viola hace cientos de años. Los campesinos, los pueblos originarios y la clase trabajadora han sido explotados y oprimidos desde tiempos inmemoriales y el Estado funciona como un asesino a sueldo en beneficio de los sectores más rancios de la burguesía nacional e internacional. Por ende, pedir “paz” sin más que eso, no es solo iluso sino que también es cómplice.

El Estado colombiano ejerce el Terrorismo de Estado hace décadas. Ha militarizado la sociedad entera, posee una fuerza paramilitar tan o más importante que su propio ejército, ha asesinado a más de 500 líderes y lideresas sociales en los últimos años y consigue su gobernanza gracias a infinidad de pactos con el narcotráfico y los distintos carteles. Un Narco-Estado que le declaró la Guerra al pueblo hace más de 60 años, reprimiendo al movimiento social y persiguiendo a las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP)  y al Ejército de Liberación Nacional (ELN), a lo largo y ancho del territorio. Por otra parte, es un bastión estratégico para los intereses de EE.UU en la región por su influencia económico-político-militar, desde donde el Estado norteamericano mantiene el dominio del pacífico sur y el mayor control militar del continente: Colombia es el país de América del Sur con más bases militares yankees en su territorio por goleada.

Hasta ahora la táctica del gobierno ha sido, en primer lugar, reprimir ferozmente las movilizaciones más jugadas con el afán de generar miedo. En segundo lugar, criminalizar las protestas y llamar a un diálogo nacional acudiendo a ciertos sectores sociales burocratizados y partidos políticos reformistas conglomerados en la Coalición de la esperanza, con Gustavo Petro como su cara visible y próximo candidato a presidente. Una táctica similar le dio resultado en las enormes protestas de fines de 2019, donde el diálogo y acceder a ciertos puntos reivindicativos apresuraron la desmovilización. En esta ocasión, hasta el momento esas tácticas no le vienen dando grandes resultados. Si bien el reformismo, opositor al gobierno de Duque, se subió a la marea popular y apoya las movilizaciones desde los balcones o las redes sociales haciendo campaña pura y dura en vísperas electorales, las bases sociales movilizadas vienen logrando avanzar en posiciones políticas y lograron promover un paro general nacional para el pasado miércoles 5 de mayo, convocado por las cuatro expresiones sindicales más importantes de Colombia: la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia, la Confederación General del Trabajo, la Confederación de Trabajadores de Colombia y la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación.

Las últimas experiencias de revueltas en Sudamérica, como la ecuatoriana, la boliviana, la colombiana en 2019  y la chilena –quizá ésta la más importante por su prolongada combatividad masiva, los grados organizativos populares con expectativas de perdurar y su trascendencia política- demostraron gran fuerza popular al tiempo que ciertas limitaciones políticas para lograr los cambios profundos necesarios. Las voces revolucionarias de estrategias de quiebre con el capitalismo, destierro de la burguesía y construcción de organización popular socialista, hasta el momento han quedado en minoría. Por ende, toda esa fuerza popular se ha canalizado en nuevas enmiendas económicas o políticas de menor o mayor relevancia, pero sin cambios sistémicos de fondo. En esta actual revuelta colombiana se abre una nueva brecha y aparece otra vez una luz para plantear la necesidad de un quiebre profundo con el sistema opresor y explotador. Son momentos de rápido despertar de la conciencia al tiempo de grandes necesidades. El canalizar la enorme fuerza movilizada detrás del sentido de la praxis de que solo el pueblo salva al pueblo, la necesidad de luchar, crear, poder popular que se contraponga al poder del Estado Terrorista de Colombia y en esa práctica vislumbrar el quiebre revolucionario, es una tarea que en estos momentos álgidos de lucha se torna imprescindible para el devenir de los pueblos. En este sentido, la Dirección Nacional y el Comando Central del ELN llamaron a un paro armado del 5 al 13 de mayo, movimiento táctico que puede ser significativo para el avance popular.

No sabemos a ciencia cierta qué devendrá de estas históricas jornadas de lucha de nuestras hermanas y hermanos colombianos, lo cierto es que hasta el momento la dignidad está pudiendo más que la miseria de un gobierno que desprecia a su pueblo y un Estado que está en Guerra contra su población ya hace demasiado. La lucha de clases determinará el devenir de estas jornadas y está en la capacidad de organización política de las movilizaciones hacia dónde direccionar la lucha: si hacia conseguir reivindicaciones económicas y políticas, o hacia hacer caer el gobierno y quebrar con el sistema. Esto dispondrá si recordaremos este momento como el estallido de una nueva Revuelta o como el estallido de la Revolución colombiana.