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UN ARMA CARGADA DE FUTURO

-Por Iván Lovrich-

Este Octubre se cumplieron cuatro años del estallido popular que tuvo al pueblo chileno en las calles cerca de dos meses. Esto plantea una ocasión adecuada para revistar lo que nos dejó aquel levantamiento popular que costó mucha sangre al pueblo y en el cual se depositó una esperanza de cambio. Las siguientes líneas no pretenden ser un análisis acabado, sino más bien deberían ser entendidas como ideas en construcción y una invitación a pensar.

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En unas líneas intentaremos rememorar algunas de las causas que llevó a tamaño levantamiento popular, donde los enfrentamientos en las calles fueron los protagonistas durante varias semanas en un escenario que pocas veces en la historia reciente se dio con tal intensidad.

En octubre de 2019, el gobierno de Sebastián Piñera implementó una gran suba del boleto para el transporte público chileno. Los medios de comunicación tradicionales adjudicaron a esa medida la causa del estallido, pero dicha explicación empezó a hacer aguas cuando las movilizaciones continuaron a lo largo de las semanas.

Los analistas progresistas tiraban arriba de la mesa que las causas del estallido habían sido la desigualdad de la sociedad chilena, que se habría asentado producto de los pactos post dictadura pinochetista y que éstos habrían dejado de poder contener a los sectores populares. Otros nombraron también los atropellos cometidos durante siglos contra los mapuches y otros pueblos indígenas, que habían amalgamado reclamos de estos pueblos con otras reivindicaciones presentes.

Desde una visión de izquierda podemos afirmar que el problema es un tanto más viejo. La división entre clases de Chile se fue cristalizando en instituciones (culturales y político/económicas), que aseguraron la gobernabilidad de la burguesía garantizando el resguardo necesario a la propiedad privada. Como en el resto de nuestra américa, las instituciones chilenas nacieron en el siglo XIX, fueron tomando forma para lograr asentarse durante el siglo XX y para finales de éste terminaron de dibujarse tal como las conocemos en la actualidad.

Gracias a un eficiente aparato policial/militar, la burguesía reaccionara chilena no solo aseguró la propiedad privada sino que también consiguió tener a la clase trabajadora y a los sectores indígenas/rurales en un estado de pobreza bastante más agudo que en muchos otros países. De esta manera consolidaron un mayor bienestar para sí mismos.

 Chile despertó

En octubre del 2019 los niveles de confrontación de la clase trabajadora y de otros sectores del pueblo estallaron. Esto provocó una ola de represión que terminó con muertos, heridos y con cientos de manifestantes que perdieron la vista a manos de la policía. Durante la represión a las manifestaciones afloraron instantáneamente dispositivos de tortura llevados adelante de forma brutal por los aparatos represivos.

Aquellos que estamos inconformes con el mundo capitalista, sus instituciones, sus valores y todo lo que trae de la mano, intentamos ver en este estallido como en otros que existieron y existirán en nuestra América y en el mundo, elementos de superación estructural. No siempre logramos hacerlo, pero cuando creemos conseguirlo merece ser compartido. Durante las semanas en que se desarrolló la revuelta surgió un embrión de poder popular: asambleas territoriales regionales que funcionaron como mecanismos de discusión política, aunque también como espacios de resguardo y coordinación para enfrentar los altos niveles de represión vividos en los territorios.

Es decir, estos espacios eran duales. Por un lado, un aspecto de sobrevivencia inmediata: aquel que pretende básicamente resguardar la vida e integridad de los manifestantes. Por otra parte, un aspecto que llamaré superador: donde las asambleas funcionaron como espacio de debate político desde donde se buscaba pensar y acordar formas políticas post capitalistas, es decir, donde se hablaba en términos revolucionarios.

Es claro que no en todas las asambleas territoriales de aquel momento se hablaba en los mismos niveles, pero más allá de las conceptualizaciones que las asambleas fueran capaces de alcanzar, podemos afirmar que estaba claro en muchos casos que las instituciones burguesas eran entendidas como incapaces de solucionar las necesidades populares y debían ser superadas. Es también claro que hubo sectores progresistas que volcaron la totalidad de sus fuerzas para encauzar todo el descontento por los canales institucionales, cosa que finalmente ocurrió con la asamblea constituyente.

Estas asambleas territoriales -que se contaron por cientos- pudieron encargarse de diversas tareas, pero lo más interesante es que llegaron a pensar y proyectar política en diversos aspectos de la vida social: educación, salud, alimentación y defensa. Es por esto que se pueden considerar organizaciones de poder popular, o de un incipiente poder popular, pues intentaron oponerse al poder burgués y sus instituciones generando agenda y política propia.

Podríamos detenernos en recordar la muestra de valentía del pueblo chileno, la entrega, la resistencia, pero lo cierto es que desde una óptica revolucionaria nada de eso tiene sentido sin un proyecto político que busque un objetivo superador de la sociedad capitalista en la que vivimos. Hubo muchos levantamientos populares a lo largo de la historia, de éste podemos rescatar el intento de construcción de poder popular que se vio en la creación de asambleas territoriales por parte de organizaciones políticas y sociales de Chile.

Probablemente estas asambleas expliquen la intensidad sostenida durante tantas semanas del conflicto, así como también los intentos desesperados de los partidos políticos con representación parlamentaria por encauzar de alguna forma institucional el descontento.

El “acuerdo de paz”

A mediados de noviembre del 2019 y con casi un mes de protestas ininterrumpidas, todos los partidos con representación parlamentaria tenían la necesidad de acabar con las movilizaciones, pues no solo las protestas ponían en jaque la gobernabilidad sino que también los mercados estaban reaccionando desfavorablemente. Estas expresiones políticas sabían que no se podía calmar a los manifestantes por un precio bajo, por lo que sellaron un acuerdo que aceptó plebiscitar una reforma constitucional, con algunas triquiñuelas que garantizaran el futuro fracaso de la iniciativa, como la necesidad de 2/3 de votos afirmativos en la convención constituyente. 

Fue parte esencial de este acuerdo el apoyo de los sectores del progresismo chileno aglutinados en el Frente Amplio, entre ellos el Partido Comunista y figuras como Gabriel Boric, por entonces diputado. Esto permitía darle a la propuesta un baño de izquierda necesario para calmar las aguas. Si bien ésta será la catapulta de Boric que le permitirá luego alcanzar la presidencia, este acuerdo no fue gratis para el progresismo y le costó una fractura en su interior.

Esta ilusión de reforma constitucional permitió al gobierno de Piñera y al progresismo encauzar el descontento popular hacia los espacios institucionales de discusión constitucional y al mismo tiempo ir convirtiendo a buena parte de los referentes surgidos de las manifestaciones en convencionalistas. Esas figuras estarían dedicadas a buscar formas de conseguir aprobar sus propuestas por 2/3 de la asamblea constituyente, vaciando con el tiempo los espacios de asambleas territoriales y de paso corriendo el eje de discusión.

Las asambleas territoriales siguieron existiendo, y eso es algo bueno, aunque como espacio político el eje de discusión pasó a ser en qué medida participar o no del proceso constituyente. Por otro lado, en unos pocos casos el ojo fue puesto en continuar con la discusión profundamente anti capitalista y superadora que caracterizó dichos espacios al comienzo.

Lo que queda por hacer

Nos podemos sentir tentados de ver el estallido chileno en términos de derrota/victoria, sin embrago es injusto hacer esa lectura básicamente porque no existió un plan político claro que haya sido intentado llevar a la práctica. Más bien asistimos a un levantamiento fruto de la indignación y el cansancio, que tuvo como cualidad intentar sobrepasar la rabia momentánea y pudo generar organizaciones que empezaran a pensar más allá de lo establecido.

Resta por ver si de este episodio de la lucha de clases podemos sustraer alguna enseñanza que nos permita, ahora sí, pensar en un plan a largo plazo que no tenga solo episodios de indignación momentáneos y que no sea fácilmente asimilable por las instituciones al servicio de la burguesía.