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EL ROBO DEL SIGLO

Sobre la reforma jubilatoria en Uruguay

-Por Santiago Pascale y Meche Laborde Zeballos-

No pensamos escribir sobre el brillante robo perpetrado al Banco Río en Argentina -aunque dé origen al título del artículo-, sino sobre uno que lo supera con diferencia. Lo sobrepasa no solamente por la cuantía millonaria, sino porque, al revés que el famoso robo nombrado realizado sobre una pequeña minoría privilegiada, este del que escribiremos se realiza sobre las grandes mayorías trabajadoras. Paradójicamente, no es el tipo de robo sobre el que se suele hacer películas ni escribir libros, por el contrario es más bien el que se tiende a naturalizar por la influencia de políticos capaces de pintar de colores la oscuridad y de medios de comunicación absolutamente sumidos a ese plan. El robo del que hablamos no es ni más ni menos que el de la reforma jubilatoria que en estos momentos se está procesando en el Poder Legislativo.

No queremos ahondar demasiado en las características puntuales de la reforma, pues hay mucho escrito sobre eso y la información está accesible ya sea por el trabajo del Equipo de Representación de los Trabajadores en el Banco de Previsión Social (ERT-BPS), de la Asociación de Trabajadores de la Seguridad Social (ATSS) o de distintos economistas de izquierda que se han metido en el debate. Luego de leer la propuesta y las distintas críticas, queda claro que el proyecto viene a expropiar dinero y años de vida a la clase trabajadora. Básicamente aumentando la edad jubilatoria y quitándole a los trabajadores años para el disfrute, el descanso, el cuidado y el ocio de sus últimos años de vida. Por otra parte, al menos dos tercios de los nuevos jubilados con este sistema verán disminuida su jubilación entre un 10% y un 38% según el ERT-BPS.

Estas reformas previsionales no son casos aislados, es una recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI) que varios países ya siguieron y que se está discutiendo en varios otros. Sin ir demasiado lejos, por estos días las y los trabajadores franceses están ofreciendo una tenaz y unitaria resistencia a la reforma de Emmanuel Macron, así como las y los trabajadores argentinos tuvieron enormes enfrentamientos callejeros ante la reforma previsional impulsada por Mauricio Macri en 2017. El FMI, así como los defensores de estas reformas y los impulsores en Uruguay, plantean que el problema surge del déficit producido por el aumento progresivo de la longevidad, que obliga a los Estados a desembolsar más dinero en jubilaciones y pensiones por el tiempo que permanecen inactivos.

Este argumento parece convencer a todo el mundo y hay un consenso político que nos impide sacar la discusión de ahí. La gente vive más, el sistema previsional va a eclosionar porque la población activa ya no puede mantener a la inactiva. Ese es el principal argumento de los reformadores. Mientras el progresismo, que en 15 años no se animó demasiado a tocar el tema, plantea tibias críticas sobre todo en torno al déficit de la caja militar. Sin embargo, sus principales referentes, Danilo Astori y José Mujica, ya habían anunciado la necesidad de una reforma del estilo antes de este gobierno y bajo el mismo argumento.

Pero, ¿por qué no podemos salir de ese punto de partida?

Hay un elemento estructural del sistema de seguridad social que ni oficialismo ni oposición ponen en discusión: ¿quiénes financian los vigentes sistemas de seguridad social? En el sistema actual se destina un 15% del salario de los trabajadores a la seguridad social. Además, el 7% del IVA -que pagamos quienes consumimos- va destinado a la seguridad social. Los capitalistas aportan un 7% de lo que pagan al trabajador (no de las ganancias, sino del salario que pagan al obrero, por supuesto descontando el plusvalor que es apropiado en su totalidad por el capital). La conclusión obvia es que al capital no se le tocan las ganancias que realiza a costa del trabajador, sino que únicamente aporta un 7% de esa parte que vuelve al obrero en forma de salario. Dentro del espectro político a muy pocos les parece importar discutir las ganancias multimillonarias del empresariado uruguayo y se saca del foco.

Aquí llegamos al punto en cuestión: ¿por qué a la burguesía, al FMI, le interesa perpetrar este robo a la clase trabajadora? Simple, no está dispuesta a pagar un peso de su tasa de ganancia para mantener poblaciones improductivas. Sus representantes políticos y sus medios de comunicación ponen el eje de discusión en si tal o cual caja da más pérdida (no deja de ser importante) y sobre todo en la cantidad de tiempo que permanecemos inactivos con el aumento de la esperanza de vida. Acortar la edad de vida es una propuesta antipática (aunque un buen capitalista no tendría problema en hacerla), entonces deciden aumentar la edad jubilatoria y bajar las jubilaciones.

Las clases dominantes tienen claro cómo pagar los distintos déficit estatales: de la misma forma que nos hacen pagar cada crisis que generan. Es decir, esto no es nada nuevo. A nosotros nos cuesta muchísimo más esa unidad de acción. A los actuales gobernantes, representantes directos de los sectores más apoderados, jamás se les ocurrió tocar las ganancias capitalistas. Cabe aclarar que los anteriores gobernantes tampoco lo hicieron, a pesar del aumento exponencial de las ganancias capitalistas, mucho menos se pusieron a discutir una reforma beneficiosa para los trabajadores.

No va a faltar el que nos diga “ustedes siempre hablando de la ganancia de los patrones”. Bueno, en realidad sí. Somos trabajadoras y trabajadores y nos interesa poner esto en discusión, ya que nos vemos sometidos a la lógica de un debate sobre la reforma que sigue los siguientes pasos: la caja de jubilaciones da déficit, tenemos que arreglarlo, hay que reformularlo con más aporte de los trabajadores, menos tiempo de trabajadores inactivos y más ganancia patronal. Como trabajadoras y trabajadores, al menos tenemos que decir que nos parece un robo demasiado descarado.

La triste naturaleza de este sistema

El argumento de acompañar la edad de retiro con la longevidad, es una farsa absoluta y una clara muestra de que los elementos que se ponen en la balanza son los que a la burguesía le interesan. Es verdad que hoy se vive más gracias al avance tecnológico en los tratamientos médicos, nuevos descubrimientos, mejores medicinas, producto claramente de una revolución tecnológica que hemos vivido. Ahora bien, el avance tecnológico no estuvo enteramente dedicado a aumentar la expectativa de vida, sino que principalmente logró mejorar la productividad. Es decir, producir más, con menos trabajadores y menos gastos. Lisa y llanamente, aumentar las tasas de ganancias capitalistas. No es lo mismo lo que un trabajador hace ganar a su empresa hoy que lo que le hacía ganar en los años sesenta. Sin embargo, como las empresas siguen aportando a la caja en función del salario de los trabajadores y no de sus ganancias, el déficit se agranda, sus ganancias también, pero nos invitan a discutir sobre el déficit y no sobre sus ganancias. Pequeño detalle se les olvida poner en esta discusión.

Incluso tenemos que ir un poco más lejos. La discusión de cómo se trata a la población inactiva en términos laborales en una sociedad, nos debe movilizar más allá de esta reforma. En el capitalismo la mirada sobre la población inactiva se enfoca desde la producción: se es productivo o no se es productivo, se genera ganancias o se vuelve un costo. Volverse un número, una carga, no es un problema humano, es un problema que es inherente al capitalismo donde uno solo vale si produce o por lo que produce y automáticamente deja de valer cuando no lo hace, aun cuando haya dedicado cuarenta o cincuenta años de su vida al trabajo. En definitiva, cuando haya dedicado su vida a engordar los bolsillos de los que hoy lo quieren muerto.

Hemos naturalizado en nuestro país ver viejos pobres. Hemos dicho mil veces “¿pero cómo puede ser si trabajó toda la vida?”. Actualmente los jubilados en promedio cobran la mitad de lo que ganaban como empleados, eso significa para muchos estar en situación de pobreza. Es absolutamente irracional que al llegar al segmento más vulnerable de tu vida y gracias a este sistema, el más caro, las preocupaciones centrales sean si poder o no pagar la comida y los tratamientos médicos, cuando debería ser el momento de disfrutar del descanso, el ocio y la familia. Esta concepción capitalista de la producción es deshumanizante. A nadie se le ocurriría en una casa que alguien que llegue a viejo, coma menos que los demás, no se vaya de vacaciones, o no se le compren los medicamentos, porque no produce ingresos para el hogar. A todos nos parecería aberrante. Sin embargo, toleramos que el Estado lo haga para la sociedad en su conjunto, porque nos deshumanizan hasta obligarnos a debatir en su campo. Otro claro ejemplo es el de la situación de discapacidad. Nos cansamos de ver gente que sumida en las dificultades de acceder al mundo del trabajo terminan en situación de calle o laburando en los semáforos. Nuevamente, solo importás si los capitalistas entienden que sos productivo y si no: arreglate como puedas.

Esta es la triste naturaleza de este sistema y el principio rector del robo del siglo que pretenden hacernos a la gran mayoría de la sociedad, a aquellas personas que producimos todo.

Los autores intelectuales del robo, son aquellos que tienen millones de dólares en sus cuentas bancarias. Los que lo procesan, son aquellos que ganan trescientas o cuatrocientas lucas por mes por defender los intereses de los que ganan millones. A los que van a robar, son a los que no llegamos a fin de mes. Así de cruel es esta reforma.

Así de necesario parece salir a enfrentarla, obviando la encerrona argumentativa en la que nos pretenden hacer discutir, haciendo pagar a los que verdaderamente se la llevan en carretilla y no a los trabajadores. Enfrentando el ajuste como lo hacen los trabajadores franceses y como lo hicieron los argentinos. Así lo planteó el dirigente francés de Force Ouvrière: “Si quiere llevar a cabo su madre de todas las reformas (…), para nosotros será la madre de todas las batallas», y así debería ser por estos lados.