Sus concepciones más concretas sobre el que hacer revolucionario y la relación entre reforma y revolución.
-Por María Echeverriborda-
“Cuando el cuerpo de Rosa Luxemburgo se hubo hundido en el canal, una leyenda recorrió los barrios proletarios: no era cierto que hubiese sido asesinada, vivía, había podido salvarse y volvería a ocupar la cabeza del movimiento revolucionario cuando llegase el momento. La gente se negaba a creer que tanta voluntad, entusiasmo y energía hubiesen podido sucumbir a golpes de culata. Y en esta creencia está la verdad. La ley de la conservación de la energía no cuenta solamente para el mundo físico. Ninguna hoguera y ningún mandato dictatorial pueden destruir a la larga el pensamiento que una vez estuvo vivo en las mentes de las masas. Quien se opone al curso de la historia, quien pretende hacerla retroceder, termina cayendo, por terrible que sea su influencia en una época determinada. Y la cosecha intelectual del futuro recogerá sus frutos. ¿Quién conoce a los hombres de Thermidor? Pero las ideas de Babeuf colaboraron al nacimiento del movimiento revolucionario del proletariado francés treinta años después de su ejecución. La victoriosa campaña de la barbarie encontrará su barrera. El Aqueronte se pondrá de nuevo en movimiento. El espíritu de Rosa Luxemburgo engendrará vencedores” (1).
Sobre la lucha por salarios
Rosa Luxemburgo cuestiona que el socialismo pueda ir instaurándose gradualmente a través de la lucha sindical y la lucha política por las reformas sociales. Si bien los sindicatos “permiten al proletariado aprovecharse en cada momento de la coyuntura del mercado”, ellos “no pueden abolir la ley capitalista del salario”: “en las circunstancias más favorables pueden reducir la explotación capitalista hasta los límites ‘normales’ de un momento dado”. Pero de ningún modo, “pueden eliminarla, ni siquiera gradualmente” (p. 42).
Reconoce que los sindicatos son los instrumentos con los que cuenta la clase trabajadora para su “defensa organizada (…) contra los ataques del capital, es decir, expresan la resistencia de la clase obrera contra la opresión de la economía capitalista” (p.72). Pero la lucha por mejoras salariales “no se libra (…) a campo abierto, sino dentro de los bien definidos límites de la ley del salario” (p. 72). La comprensión de la relación entre el salario y la ganancia como parte de las determinaciones objetivas de la reproducción del capital conduce a Rosa Luxemburgo a criticar la postura que ubica a los sindicatos en instrumentos de reducción paulatina de la ganancia en favor del salario.
Más adelante, en “Introducción a la economía política” (2), obra vinculada con su trabajo de formación en la escuela de cuadros del SPD entre 1907 y 1914 (en la que fue la primera profesora mujer), explica que “para evaluar correctamente la situación de los obreros en la sociedad actual, es necesario investigar no sólo el salario absoluto, es decir la magnitud del salario en sí, sino también el salario relativo, es decir la participación que representa el salario del obrero en el producto total de su trabajo” (p. 206). Desde este punto de vista, el planteo bersteniano de mejoras crecientes en el nivel de vida de la clase trabajadora niega el proceso de pauperización -relativo, pero no necesariamente absoluto- constitutivo de la ley general de la acumulación capitalista explicadas por Marx y que Rosa Luxemburgo retoma. Aún en momentos en que la expansión del capital puede permitir aumentos de salarios en espacios y momentos determinados, el desarrollo de la riqueza, sobre la base capitalista, contiene, al mismo tiempo, la producción y reproducción de la desigualdad social.
Sobre la legislación laboral
Rosa Luxemburgo también denuncia la mistificación que implica concebir la legislación laboral como reforma social de la que se espera que “imponga a la clase capitalista las condiciones bajo las cuales podrá emplear la fuerza de trabajo” (p. 45). Dice que “interpretar así la reforma social lleva a Bernstein a considerar la legislación laboral como un trozo de ‘control social’ y, por tanto, un trozo de socialismo” (p. 45). Afirmando el carácter de clase del Estado, explica que “las reformas sociales que el Estado acomete no son medidas de ‘control social’ —esto es, el control de una sociedad libre sobre el proceso de su propio trabajo—, sino medidas de control de la organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista” (p. 45).
La crítica marxista de Rosa Luxemburgo alerta contra las ilusiones de la intervención revisionista basada en la distribución de la riqueza y en la democratización de la política como forma de control del capital. Para argumentar los límites de la reforma y la lucha parlamentaria separada de la lucha por la conquista del poder político, explica que a diferencia de las sociedades de clase precapitalistas, “la dominación de clase actual no descansa sobre unos ‘derechos adquiridos’, sino sobre relaciones económicas materiales” (p. 82). La desigualdad en el capitalismo se funda en “la explotación capitalista (que) no descansa sobre disposiciones jurídicas, sino sobre la circunstancia puramente económica de que la fuerza de trabajo es una mercancía que, entre otras, posee la cómoda particularidad de producir valor, más valor del consumido en el mantenimiento del trabajador (p. 84).
Fue el desarrollo del capitalismo lo que separó al proletariado de los medios de producción y esa separación es la que lo obliga a subordinarse al capital.
Por tanto, no hay posibilidad de que “el gallinero del parlamentarismo burgués” (p. 86) sea la vía para la transformación socialista de la sociedad porque no puede transformar la economía capitalista. Si la desigualdad se funda en una base productiva en la que el trabajo está subordinado al capital, las instituciones políticas “aunque democráticas en su forma, son en su contenido instrumentos de los intereses de la clase dominante” (p. 51).
La lucha sindical y por la reforma social entendida como limitación paulatina de la explotación capitalista y la ampliación del control social encuentra sus límites en la naturaleza y los intereses del capital. Para Rosa Luxemburgo, entonces, las luchas del trabajo contra el capital no pueden agotarse en la lucha por mejoras salariales, reducción de la jornada laboral y otras reformas. Esto no significa que desconozca la importancia de la reforma ni que la rechace.
La relación entre reforma y revolución
Su posición es que no se trata de elegir entre la reforma o la revolución porque entre ellas existe un nexo inseparable. Al tiempo que señala la inviabilidad de alcanzar el socialismo a través de una política de reformas que no puede superar los límites que coloca el capital, afirma que ésta es un medio para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y una forma de fortalecer su fuerza en la lucha por la transformación revolucionaria. Defiende una modalidad de lucha sindical y política que no encuentre en las reformas sociales un fín en sí mismo. Al contrario, plantea que la lucha por reformas debe estar precedida y orientada por “la aspiración consciente y firme a la conquista del poder político” (p. 54). Una lucha que muestre a la clase trabajadora que la reforma no puede alterar “de forma fundamental su situación y que debe inevitablemente conquistar el poder político”, lo que sólo se logra con un proceso revolucionario en el que las amplias masas participen autónoma y libremente (p. 54).
Vivimos un momento histórico en el que las contradicciones del capitalismo se agravan y éste muestra su carácter profundamente destructivo de la vida humana y de la naturaleza. Como afirma el marxista contemporáneo István Mészáros (1930-2017) (3), las posibilidades objetivas que el reformismo tuvo para obtener beneficios para el trabajo en un momento de expansión del capital -fundamentalmente en los países centrales-, se agotaron. La crisis estructural presente desde la década de 1970, al tiempo que vuelve inviable la obtención de mejoras para la clase trabajadora, exige al movimiento del trabajo una postura de ofensiva socialista en la lucha contra el capital que acompañe las condiciones objetivas. Rosa Luxemburgo sigue teniendo plena vigencia:
“El socialismo no surge automáticamente y bajo cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera, sino que sólo puede ser consecuencia de las cada vez más agudas contradicciones de la economía capitalista y del convencimiento, por parte de la clase obrera, de la necesidad de superar tales contradicciones a través de una revolución social.
Si se niega lo primero y se rechaza lo segundo, como hace el revisionismo, el movimiento obrero se ve reducido a mero sindicalismo y reformismo, lo que, por su propia dinámica, acaba en última instancia llevando al abandono del punto de vista de clase” (p. 56).
- Paul Frölich (1976). Rosa Luxemburgo. Vida y obra. Editorial Fundamentos, Caracas. P. 425.
- Luxemburgo, Rosa (1974). Introducción a la economía política. Siglo Veintiuno Editores, Madrid.
- Mészáros, István (2001). Más allá del capital. Hacia una teoría de la transición. Vadell Hermanos Editores, Caracas. Además de la bibliografía ya citada, el artículo toma los aportes de Gustaffson, B. (1975). Marxismo y revisionismo, Grijalbo, Barcelona; Loureiro, I. (Org). (2018). Rosa Luxemburgo e o protagonismo das lutas de massa. Expressão Popular, São Paulo y Netto, J.P. (1997). Capitalismo monopolista y Servicio Social. Cortez, San Pablo.
María Echeverriborda es Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Integrante del Grupo de Estudios del Trabajo (GET).