Revolución Rusa
-Por Karina Rojas-
“La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos” (León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa)
Antecedentes
La Revolución Rusa no cayó del cielo, sino que se fue gestando en los períodos anteriores. Tuvo su antecedente en 1905 donde las masas trabajadoras protagonizaron un levantamiento contra un régimen odiado y retrógrado como el zarismo, y contra la superexplotación que sufrían. Esta revolución fue derrotada sangrientamente, pero demostró al proletariado ruso que su enemigo no era invencible y dejó en la memoria colectiva la existencia de una organización que unificaba a las masas en lucha: los soviets.
El proceso revolucionario se dio a partir de las contradicciones que se desarrollaron al interior de la Rusia zarista. Por un lado, la crisis del régimen autocrático, que se expresaba no solo en el rechazo y hartazgo de las masas trabajadoras cansadas del hambre, las miserias y la prepotencia de un régimen vetusto, sino también de los sectores burgueses que tenían interés en superar al zarismo para poder desarrollar el capitalismo moderno e influir en las decisiones políticas. Por otro lado, la desigualdad que existía entre un campo atrasado y semi feudal y el desarrollo industrial en ciudades modernas a partir de la penetración del capital extranjero, lo que el dirigente revolucionario León Trotsky resumió en su Teoría del Desarrollo Desigual y Combinado. Esta situación permitió reunir a miles y miles de obreros y obreras industriales en grandes concentraciones quienes, rápidamente, se nutrieron de ideologías libertarias y socialistas.
Esta combinación entre atraso y modernidad, entre un régimen en decadencia, una burguesía naciente, aunque débil aún, y un proletariado joven y poderoso, junto con un campesinado muy numeroso y combativo, sumado a la participación en la guerra imperialista en curso – con las penurias que ésta descarga sobre las masas trabajadoras – fueron factores que favorecieron el estallido de la revolución y su posterior desarrollo.
Justamente estas contradicciones, y las perspectivas para la revolución en un país como Rusia, motivaron enormes debates en el movimiento socialdemócrata del momento. Por un lado, los mencheviques planteaban que, dado el atraso del país, la revolución debía ser democrático burguesa, y el movimiento obrero debía supeditar sus propios intereses para apoyar a la burguesía en el derrocamiento del zarismo y alentar el desarrollo burgués. Mientras que Lenin y los bolcheviques también eran conscientes de las condiciones del atraso, pero planteaban una ruptura total con la burguesía, y fomentaban el desarrollo de la alianza con el campesinado para instaurar una dictadura democrática de obreros y campesinos. Por último, Trotsky, que también partía de la misma caracterización, planteaba que el proletariado debía acaudillar la alianza con el campesinado para imponer una dictadura del proletariado en alianza con el resto de los sectores oprimidos. Esta última concepción fue la que finalmente se confirmó por la vía de los hechos.
Febrero: ¿quién hizo la revolución?
Mientras en Rusia transcurría el mes de febrero, el calendario occidental marcaba los primeros días de marzo, y fue en Petrogrado que las mujeres trabajadoras, cansadas de jornadas extenuantes con jornales miserables, de las penurias de la guerra y de tener a sus familiares varones en el frente, salieron masivamente de sus fábricas y obligaron a los trabajadores de otras a plegarse al paro. Así comenzaba la Revolución de Febrero, de la mano de uno de sus sectores más explotados y oprimidos: las mujeres trabajadoras.
Muchos de los referentes de los trabajadores estaban en el exilio o deportados en Siberia. Pero entonces ¿quién dirigió esta enorme revolución que hizo abdicar al Zar y trastocó todos los poderes hasta ahora vistos? En su célebre Historia de la Revolución Rusa, Trotsky cuenta que fueron los obreros formados por Lenin quienes avanzaron junto a la clase trabajadora, le dieron su confianza y su firmeza y apoyaron nuevamente el desarrollo de los soviets como organismos democráticos donde descansaba el poder de las y los explotados, y que amenazaba constantemente el poder de la burguesía.
Esto se expresó en el gobierno que se impuso, un gobierno provisional de conciliación de clases (integrado por representantes de la burguesía y de la clase trabajadora) que pronto entraría en crisis.
Los obreros de Lenin, formados durante años en el marxismo revolucionario (alternando la militancia clandestina de los orígenes con la posibilidad de parlamentarismo revolucionario luego), con una firme postura de independencia de clase y sin caer en la engañosa política de unidad con la burguesía, fueron quienes acompañaron a las masas en su insurrección y mantuvieron distancia del gobierno conciliador que nacía. Es una demostración de la importancia de la formación de obreros marxistas que puedan intervenir (casi sin dirección) en un proceso revolucionario.
El desarrollo de lo que se conoció como “doble poder” estaba marcado por retomar la experiencia de 1905, de una organización democrática de las masas en lucha donde estuvieran representados todos los sectores en conflicto: obreros, campesinos y soldados. Una organización superadora en cuanto a las formas de organización tradicionales, como los sindicatos. Integrada por representantes que eran revocables en cualquier momento – siguiendo las lecciones de la Comuna de París – votados en las unidades productivas, en los campos o en el frente de batalla. Esta es la demostración empírica de lo que constituye la democracia obrera o democracia directa. Los soviets debatían el futuro de la revolución, pensaban cómo defenderse de la represión policial, ejercían un liderazgo de todos los sectores explotados, y marcaban con sus proclamas y disposiciones los límites que tenía el gobierno conciliador.
Así, mientras la burguesía representada por Kerensky intentaba gobernar a partir del control del aparato estatal, eran los soviets los que terminaban marcando qué se podía hacer y qué no en tierra rusa, disputando en los hechos el poder de la burguesía. Pero entonces, ¿por qué no derribaron el poder estatal? Porque los soviets estaban mayoritariamente dirigidos aún por corrientes reformistas como los mencheviques y los socialrevolucionarios, que formaban parte del gobierno de conciliación, y que pretendían subordinar los soviets a este.
De Febrero a Octubre: ¿cuáles eran las tareas de las y los revolucionarios?
Por un lado, desarrollar la democracia obrera (soviets) preparándola para gobernar, y en ese camino, terminar de hacer la experiencia con la democracia burguesa y sus instituciones. Esto no podía realizarse si no había una contundente delimitación política y una lucha de ideas abierta con las direcciones reformistas. El desafío era construir una nueva dirección para el movimiento obrero, una dirección revolucionaria que no se detuviera ante la democracia burguesa y que impulsara a las masas hasta la toma del poder y la instauración de una dictadura del proletariado.
La manera en que se dio la lucha política con mencheviques y socialrevolucionarios fue a partir de contraponer un programa de acción correcto, apostando todo el tiempo a la movilización revolucionaria por las consignas más sentidas por las masas rusas y que entraban en contradicción con la burguesía local: paz, pan, tierra y abajo la autocracia, en independencia política de todas las variantes burguesas, desarrollando la confianza de las explotadas y los explotados en sus propias fuerzas y planteando el horizonte socialista como meta histórica.
Esto fue lo que hizo el Partido Bolchevique de Lenin, como subproducto de la convergencia teórica entre Lenin y Trotsky que se concretó en los álgidos meses de la revolución a partir de acordar en los rasgos generales de su mecánica y de su programa. Esta síntesis entre ambos pensamientos fue lo que permitió desarrollar el máximo potencial de un partido inserto profundamente en la clase trabajadora, anclado en el marxismo como “guía para la acción” y con una misma visión estratégica.
Esta confluencia se vio en muchas oportunidades. Una de las más importantes, durante las llamadas Jornadas de Abril, donde Lenin, aún desde el exilio, envió sus opiniones conocidas como Las Tesis de Abril (1), para encauzar al partido en su lucha por desarrollar el proceso revolucionario sin depositar ninguna confianza en el gobierno de coalición ni en la burguesía. Lenin y Trotsky batallaron para que el partido mantuviera una postura de clase, mientras los reformistas – mencheviques y socialrevolucionarios – se unían al gobierno de coalición y generaban falsas ilusiones. Las Tesis de Abril fueron expresión de la convergencia entre la Teoría de la Revolución Permanente que desarrollara Trotsky en el transcurso de su vida política, con la concepción de independencia política de Lenin, que reflejara tan magistralmente bien en su folleto El Estado y la Revolución.
El rol del Partido Bolchevique
Hablar de la revolución rusa negando el rol del Partido Bolchevique, no solo es un desatino, sino también es una falsedad histórica.
El partido formado por Lenin contribuyó en la preparación del proletariado para convertirse en clase dominante, y a la vez en guía de las masas oprimidas (lo que en el marxismo se conoce como “hegemonía proletaria”), viendo en ésta la única clase que no se detendría en conquistar las “medidas democráticas” (reforma agraria, instauración de una democracia y el fin de la guerra) sino que avanzaría, por su propia lógica de lucha, en concretar las “medidas socialistas”: expropiación de los grandes medios de producción, planificación económica para satisfacer las necesidades de las mayorías populares y constitución de una república obrera y popular, como transición hacia una sociedad socialista a nivel internacional.
En el Partido Bolchevique, en sus dirigentes, en sus cuadros y en su base militante, recayó prácticamente toda la tarea de la preparación de la insurrección y la famosa toma del Palacio de Invierno, a partir de concebir que hasta la más mínima acción militar debe estar legitimada políticamente, sin aventurerismos de ningún tipo ni sustitucionismos. Esto supuso instrumentar y combinar el “arte de la defensa” – preparando la insurrección y sus aspectos militares a partir de la necesidad política de defender al Comité Ejecutivo de los Soviets – con las “acciones ofensivas de la defensa”, cuya máxima expresión es la toma del poder político y la instauración de la república de los soviets.
La dirección que el Partido Bolchevique le imprimió a la Revolución Rusa implicó, además, la concepción internacionalista de la revolución mundial como única manera de desarrollar el socialismo a escala internacional, algo que luego el estalinismo y otras experiencias revolucionarias dejarían de lado. Es que, tal como concluiría más tarde Trotsky, los países más atrasados económicamente pueden llegar más temprano a la toma del poder, pero más tarde al socialismo, y viceversa.
Conclusiones
La Revolución Rusa sigue siendo, después de más de 100 años, fuente inagotable de estudio y guía para las y los revolucionarios de las nuevas generaciones, por su mecánica, por su dirección, por sus lecciones, y por ser la primera gran osadía del proletariado de tomar el cielo por asalto, y así concretar lo que Marx, Engels y otros pensadores solo pudieron imaginar en sus sueños y plasmar teóricamente.
Toda la clase obrera internacional vibró, se emocionó y aprendió con esta gran gesta revolucionaria. Para el pensamiento marxista, se trató de una revolución “clásica”, porque demostró la separación irreconciliable entre burguesía y proletariado, la necesidad de la unidad de las clases explotadas, la fortaleza del proletariado de poder satisfacer las demandas del resto de los sectores explotados y oprimidos, la superioridad del programa socialista frente a otras expresiones como el anarquismo o el sindicalismo, etc. Inclusive dentro del marxismo, se superó la política reformista de la socialdemocracia europea, que se había adaptado completamente a ser la pata izquierda del régimen capitalista.
Si el Partido Bolchevique entonces debió combatir a los mencheviques y socialrevolucionarios que querían llevar a la clase trabajadora detrás de la burguesía, hoy esta tarea sigue vigente y se expresa en la pelea por que la clase obrera y los sectores oprimidos rompan con las variantes reformistas, “progresistas” o “nacionales y populares” que también llaman a subordinarse a los intereses de la burguesía nativa o extranjera.
La Revolución Rusa demostró la importancia y el rol clave de un partido revolucionario anclado en la clase trabajadora y formado en los años anteriores (las etapas “preparatorias”) y la potencia que demostró esa formación en los momentos álgidos de la revolución, sabiendo dar el giro decisivo hacia la toma del poder, tomando la temperatura revolucionaria de las masas y dirigiéndolas al triunfo. La estructura de partido demostró estar preparada para sufrir y superar esas presiones propias de una situación totalmente convulsiva.
A nivel estratégico, dio impulso a la conformación de la Tercera Internacional, a partir de constatar – tal como lo explica Trotsky en su Teoría de la Revolución Permanente – que la revolución nacional es solo un episodio en la pelea por la extensión del socialismo a escala internacional. En tal sentido, es contraria a la idea de “socialismo en un solo país” del estalinismo.
Fue la convergencia teórica entre la dinámica y el carácter de la revolución enunciado por León Trotsky desde 1905 y la forma de partido expresada por Lenin, por la que luchó durante los años previos.
Esta revolución transformó, con su paso, los cimientos de una sociedad mediocre y desigual. Abrió la posibilidad de cuestionar prácticamente todos los aspectos de la vida, interpelando las estructuras más retrógradas como la familia patriarcal o el clero. Así, otorgó plenos derechos a las mujeres (como el derecho al aborto o la separación por petición de una de las partes), avanzando más que el más adelantado de los estados capitalistas de occidente, y se propuso firmemente socializar las tareas domésticas para quitar esa carga de los hombros de las mujeres. Despenalizó la homosexualidad, creó un código de la niñez de avanzada, hizo punta en aspectos de la pedagogía, impulsó como nadie el arte y el acceso masivo a sus distintas expresiones. Todo esto sucedió porque, para poder asentar el poder obrero y popular, tuvo que cuestionar hasta el último pilar del estado burgués y liberar a la clase obrera de la esclavitud asalariada.
Hoy, en los inicios del Siglo XXI, es necesario recuperar el legado de la Revolución Rusa para que la clase trabajadora y los sectores más oprimidos no vuelvan a ir detrás de variantes burguesas ni pequeñoburguesas – los llamados progresismos -, que rompan con esa ideología del mundo de “lo posible” y que se propongan luchar por el “reino de la libertad”. Frente a cualquier visión pesimista, la Revolución Rusa se levanta como una bocanada de aire fresco y de optimismo revolucionario. Frente a quienes subestiman el papel histórico de la clase trabajadora, aquí tenemos los avances innovadores a los que pretendieron aspirar en el poder. Frente a la visión de la democracia burguesa como el único sistema posible, allí se levanta la democracia de los soviets con su revocabilidad, su rotatividad y su representatividad de los intereses de las mayorías históricamente sumergidas y explotadas. Frente a la aberración que significó el estalinismo, con su política contrarrevolucionaria y sus crímenes en nombre de la revolución, allí se levanta con grandeza las figuras de las revolucionarias y los revolucionarios que murieron en campos de concentración, como en Vorkuta, enfrentándose al estalinismo y defendiendo las banderas de la revolución internacional y del comunismo.
La Revolución Rusa fue traicionada desde adentro, ayudada por el retroceso de la revolución en Europa, lo que permitió la consolidación del régimen burocrático y autoritario más perverso que se haya conocido como el estalinismo que, paradójicamente, reforzaba el estado obrero deformándolo a su paso, y justificaba sus atrocidades en nombre del “comunismo”. Nada tiene que ver el legado de Lenin, Trotsky o las grandes figuras de la revolución, con el conservadurismo, la ambición, el totalitarismo y la política contrarrevolucionaria de Stalin y sus seguidores. Los hoy llamados Partidos Comunistas siguen esta línea.
La degeneración de la Revolución de Octubre resultó, finalmente, en la restauración capitalista con los procesos de 1989-91, seguido por una campaña ideológica de triunfalismo burgués. Pero el capitalismo sigue demostrando paso a paso su irracionalidad y decadencia, con crisis económicas cada vez más crueles, las guerras, las invasiones y las hambrunas sin igual, con la depredación y devastación del medio ambiente y con fenómenos aberrantes como la pandemia que acontece. Frente a la barbarie capitalista, nuevamente se levanta la revolución rusa como inspiración para miles de jóvenes y trabajadores en este siglo XXI, y la perspectiva del socialismo para que todo avance tecnológico y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas deje de estar regido por la ganancia capitalista, sino que sea puesto al servicio de garantizar las necesidades de toda la población, la reducción de la jornada laboral, el reordenamiento de la economía y la posibilidad de desarrollo verdadero del género humano.
- Es importante remarcar que la primera línea del partido bolchevique con Stalin-Zinoviev y Kamenev a la cabeza, fue la de dar apoyo crítico al gobierno provisional, postura que Lenin combatió fuertemente, corrigiendo el curso del partido.
Bibliografía
Diario digital La Izquierda Diario Argentina, Lenin pronuncia las Tesis de abril en Rusia de 1917. Artículo de la sección LID Historia. Abril 2018. Disponible en: https://www.laizquierdadiario.com/Lenin-pronuncia-las-Tesis-de-abril-en-Rusia-de-1917
Trotsky, L., Lecciones de Octubre en La teoría de la revolución permanente (compilación), 2da. ed., Bs. As., CEIP, 2005, pp. 199-250. Disponible en: https://ceip.org.ar/Lecciones-de-Octubre-793
Trotsky, L., Tres Concepciones sobre la revolución rusa. En Escritos, Tomo XI, V. 1, p. 74, Ediciones Pluma, Bogotá, 1979. Disponible en: https://ceip.org.ar/Tres-concepciones-de-la-Revolucion-Rusa,765 Trotsky, L., Historia de la Revolución Rusa. 1° ed., Bs. As.: Ediciones IPS; México DF: Instituto del Derecho al Asilo Museo Casa de León Trotsky, AC, 2017. Tomo 1. Disponible en: https://edicionesips.com.ar/producto/e-11-historia-la-revolucion-rusa/
Karina Rojas es integrante de la Agrupación de Mujeres Pan y Rosas, escribe en el medio digital La Izquierda Diario, es Licenciada en Trabajo Social, estudiante de Antropología (FHCE-UDELAR) y militante de la Corriente de Trabajadores por el Socialismo (CTS-FTCI).