Primera Parte
-Por Matías Matonte-
El lector inocentemente desprevenido o maliciosamente prejuicioso, podría sentir rechazo ante la contundencia afirmativa de semejante título, por lo tanto cabe aclarar algunas cuestiones preliminares y despejar ciertos equívocos, antes de empezar con el desarrollo de nuestro análisis.
En primer lugar reivindicar el derecho al goce estético por toda la literatura universal, comprendida en la plenitud de todas su variantes estéticas y poéticas, y el derecho a la lectura y a la recepción literaria de las masas sin mediar ningún tipo de censura social, política, académica o editorial, más allá de las censuras implícitas que conlleva el texto convertido en libro, a su vez transformado en mercancía, y por consiguiente sujeta a las leyes de la economía capitalista y a sus tensiones más evidentes en el campo de la industria cultural.
En segundo lugar, aclarar que nuestro análisis está orientado a problematizar la cuestión del realismo literario, sin desmedro ni menosprecio de otras corrientes estético-poéticas, incluso de otras vertientes críticas, o marcos teóricos. En todo caso, en esta ocasión defendemos la elección del realismo literario como objeto de indagación intelectual por su potencialidad pedagógica, su capacidad para refigurar la existencia de la totalidad social y como la mejor aproximación desde la literatura al conocimiento crítico de la realidad.
En tercer lugar, y emparentado con el primer punto, constatar que, siguiendo los preceptos del gran crítico inglés del siglo XVIII Samuel Johnson (y aceptados como guía epistemológica por el teórico del canon Harold Bloom, fallecido hace algunos años), la literatura en general, o cada texto literario en particular se tiene que valorar por tres componentes cualitativos principales, a saber: esplendor estético, poder intelectual y sabiduría. En este sentido es evidente la existencia de obras literarias incomparablemente superiores en construcción y despliegue estético que «El idiota» de Dostoievski, «Oliver Twist» de Dickens o «Papa Goriot» de Balzac, comparados todos ellos con la hermosura del cuento simbólico de Oscar Wilde «El ruiseñor y la rosa», se puede reconocer que los anteriores fracasen, en belleza formal y conceptual.
Ahora bien, es evidente que aún restan dos pilares fundamentales de la creación literaria: poder intelectual y sabiduría; aunque el significado de tales conceptos y su necesaria clarificación para el motivo de nuestro análisis, serán desarrollados más adelante, es obvio que priorizaremos estos dos aspectos fundamentales en la valorización de la corriente que pretendemos abordar.
En cuarto y último lugar, transparentar la contradicción entre el análisis crítico y el gusto personal; por supuesto que toda construcción crítica tiene que partir de un buen diálogo con los textos, basado en cierto aprecio y hasta afecto por los mismos, pero ante todo se debe evitar caer en la fácil tentación de construir nuestro edificio crítico sobre la base exclusiva de nuestras preferencias literarias, si así fuese, por ejemplo en nuestro caso (totalmente irrelevante por cierto) solo nos concentraríamos en el obsesivo y exclusivo análisis de la literatura medieval y renacentista inglesa, o sea el acotado espacio geográfico-temporal que va de Chaucer hasta Milton, pasando por Shakespeare, con lo cuál empobrecería la crítica y la discusión, si decidiéramos permanecer encarcelados en nuestro limitado sesgo estético .
En síntesis, la crítica literaria marxista, si es honesta y sin concesiones, tiene que superar ambas contradicciones para abordar con ecuanimidad la cuestión del realismo literario, por un lado priorizar significado, sentido y conocimiento antes que despliegue estético en el estudio de los textos literarios, y por otro lado intentar superar nuestro sesgo, aún como lectores críticos de la literatura, para evitar que nuestras preferencias estético-poéticas determinen nuestro juicio y contaminen nuestro enfoque analítico.
El realismo, la novela histórica y la sociedad burguesa
El realismo clásico del siglo XIX, nace de la síntesis catalizadora entre la tradición de la novela rural inglesa (Fanny Burney, Jane Austen, las hermanas Brontë) y la tradición de más aliento de la novela de sátira social que nace con Cervantes y que tendrá su influencia decisiva y más fértil en tierras inglesas durante todo el siglo XVII de la mano de Sterne, Swift, Richardson, Fielding, Defoe, Goldsmith, etc.
Ahora bien, la literatura anunciaba en esta nueva plasmación verista de la realidad, la emergencia de una nueva clase social, la burguesía, que aún no había dominado completamente los Estados nacionales, y que aún estaba sometida políticamente, bajo la égida del Estado absolutista, al poder feudal; el mérito de la literatura en este caso, no consistió en ser simple reflejo superestructural de las transformaciones operadas en las fuerzas productivas y en las relaciones sociales de producción, como plantea erróneamente el marxismo mecanicista, sino que su acierto fue intuir las tendencias generales de los procesos sociales, e incluso hasta prever el escenario de un nuevo tiempo histórico, en este caso ni más ni menos que el surgimiento de la nueva sociedad burguesa.
En este sentido, como sabiamente planteó el mayor teórico del realismo, el marxista húngaro Gregor Lukács, la primera etapa en el desarrollo literario en relación con la nueva sociedad de clases, no fue el realismo clásico, sino la novela histórica. Nueva variante en la configuración narrativa, que nacida a fines del siglo XVIII con Walter Scott, va significar por primera vez la irrupción de las masas y de la vida popular en la plasmación narrativa. En este sentido Lukács, en su señero texto monográfico y hoy ya un clásico de la teoría literaria marxista: La novela histórica, arroja luz sobre este asunto, que también nos ayudará en nuestro posterior análisis del realismo:
La grandeza de los clásicos de la novela histórica consiste en que realmente le hacen justicia a esta variedad de la vida popular. Walter Scott describe las más diversas luchas de clase (levantamientos realistas reaccionarios, luchas de los puritanos contra la reacción estuarda, luchas de clase de la nobleza contra el absolutismo incipiente, etc.), mas siempre añade la profusa variedad en las reacciones de las masas a esas luchas. (…)Sus acciones recíprocas producen así colisiones, conflictos, etc, cuya totalidad abarca realmente el ambiente social íntegro de las luchas de clase de una determinada época. (p.256)
Está claro para Lukács que con la novela histórica, no sólo nace un nuevo subgénero literario o simplemente una nueva corriente estético-poética en la literatura, sino que su significación es la de un punto de inflexión en el desarrollo de la narrativa contemporánea.
No obstante el realismo, aunque decentemente precedido por la novela histórica, representa a su vez un nuevo salto cualitativo en la refiguración verista de la realidad en la novela del siglo XIX, y como veremos en la segunda parte de este artículo, y parafraseando al crítico argentino Jaime Rest, no sólo fue la teoría social aplicada a la narrativa, o estudios de la subjetividad plasmados a caracteres verosímiles, sino que fue la mejor y más equilibrada síntesis entre Sociología y Psicología, combinación perfecta que nos arroja como resultado personajes que constituyen tipos sociales, ambientes y escenarios profundamente imbuidos del ethos cultural de cada pueblo (francés, inglés, ruso, etc) y conflictos personales que representan relaciones sociales y que remiten a una totalidad social.
La crisis del realismo y la hegemonía posmoderna
Por supuesto, luego el exceso de sociologismo u objetivismo degenerará en el Naturalismo, a partir de Emile Zolá pero continuado en diversas ramificaciones aún más degradadas en la literatura del siglo XX, entre ellas los casos más extremos del realismo socialista o la «novela nueva» de Robbe Grillet; y por otro lado la vertiente degenerativa del realismo clásico lo constituirá la tendencia exacerbada por el subjetivismo y la introspección, que decantará en las diferentes variantes de la novela impresionista o simbolista.
En el presente, la literatura en general, y el desarrollo de la narrativa en particular ha estado condicionado por esta descomposición del realismo clásico a través de todo el siglo XX y lo que va del XXI; nuestra hipótesis intentará explicar este fenómeno no por la ausencia de las clases sociales, o de sujetos históricos que representar, sino por la decadencia social de la narrativa actual convertida en un polo en industria cultural del entretenimiento, alienante y superficial, y en el otro extremo en experimento hermético de escritores y críticos recluidos en un nicho de «autopreservación» creativa, en todo caso, ambas vertientes hijas de estos tiempos posmodernos de impotencia crítica.
Sin embargo, nuestra tesis optimista reside en la profunda convicción que ante la existencia de la totalidad social, únicamente se necesitará la emergencia de un nuevo realismo que lo represente, que así como hace casi doscientos años Balzac, Dickens, Galdós, Storm, Tolstói y Dostoievski supieron plasmar el alma de sus pueblos, los conflictos, sociales y espirituales, más profundos de su tiempo, de la misma forma nuevos poetas, ante una realidad por supuesto que radicalmente diferente y más compleja, tendrán que recrear el viejo método en odres nuevos.
Referencias:
Lukács, Georg. La novela histórica.México: Editores Era.1966.Impreso.